Yo nací en una época en la cuál la televisión a color aún era una novedad que tendría que llegar en algún momento al Perú. Una época en la cuál las personas creían en las promesas de sus líderes políticos y una máquina de escribir era un costoso instrumento reservado para profesionales de nivel universitario. En los últimos 50 años el mundo ha cambiado mucho más rápido que en toda la historia de la humanidad. Pasamos de ser menos de 4000 millones de seres humanos a más de 7000 millones hoy.
Cuándo nací, mi abuelo materno estaba a punto de jubilarse en una empresa para la que había trabajado toda su vida. La mayoría de los que nacen hoy día difícilmente tendrán un trabajo a lo largo de su vida y si es que por fortuna logran obtener uno, éste será eventual y en condiciones precarias. Probablemente en mi caso trabajaré hasta el último día de mi vida, si es que soy lo suficientemente afortunado de poder mantener el paso del cambio en el sector en que me encuentro. Y es que muy probablemente los miembros de la generación X, a la cual pertenezco, no tendremos jubilación o esta será insuficiente para poder subsistir.
Las estadísticas dicen que en el Reino Unido, esta será la primera generación en la cuál los hijos a lo largo de su vida ganarán en promedio menos que sus padres. Pero lo mismo ocurre en todos los países desarrollados. Algo que mi generación en latino américa conoce muy bien y que fue tierra fértil para demagogos, aquellos vendedores de falsas esperanzas. Y es esta una de las principales causas del Brexit y de la elección de Donald Trump.
Con respecto al Perú, cuándo yo estudiaba primaria y en las actuaciones escolares hablábamos de lo maravilloso que era y por qué debíamos amarlo, las estadísticas del censo nacional decían que eramos 14 millones de almas. Luego cuándo ya estaba en secundaria y nos contamos nuevamente en 1981 resultó que eramos 17 millones. El último censo oficial del INEI en el 2015 dice que somos 31 millones. Desde que tengo memoria, las cosas en el Perú siempre han estado mal, no es pues ninguna sorpresa que ahora que la población nacional se ha duplicado y los recursos naturales con los cuales podemos contar no han aumentado, sigamos teniendo los mismos problemas. No hay que ser un gurú de las matemáticas para advertir que si el número de personas a las cuales hay que repartir la torta aumenta, habrá menos torta para cada uno.
¿Cómo es posible entonces que muchos jóvenes ahora sienten que estamos "mejor"? La respuesta no es sencilla pero tiene que ver básicamente con el hecho de que el país se ha integrado a la globalización, con lo cuál se beneficia del constante aumento en la productividad que trae el acelerado cambio tecnológico. Es por que estamos integrados en la globalización que podemos acceder al crédito internacional, que podemos comprar vacunas a precios muy bajos que son usadas en las grandes campañas de vacunación y que explican en parte el explosivo crecimiento de la población. Es debido a los tratados de libre comercio y la globalización que gran cantidad de mercaderías llega a nuestros puertos a precios menores que lo que costaría producirlos en el Perú.
Todo esto puede parecer positivo, pero en realidad no lo es tanto como podría parecer. Sobre todo si tenemos una moneda como el sol, que está sobrevaluado. La globalización es un camino de dos vías, es decir no solamente sirve para que las mercancías lleguen a bajos precios, sino para que los requerimientos de mano de obra se vayan a buscar lugares de menor costo. Desde esa perspectiva por ejemplo, el salario mínimo en el Perú de aproximadamente $250 al mes es una fortuna si se le compara con el de Bangladesh de apenas $60/mes. Es por ello que si alguien está interesado en poner una gran fábrica textil preferirá abrirla en Bangladesh. Después de todo en el mundo globalizado no interesa dónde se produzca, ya que las mercancías pueden fluir libremente, lo importante es producir más eficientemente. Y en la parte textil por ejemplo Bangladesh, con su proximidad al algodón de la India y su muy bajo salario mínimo es mucho más atractivo para el gran capital. Luego, muchos se preguntan qué pasó con el emporio textil de Gamarra.
Por si fuera poco, la automatización está destruyendo trabajos a un ritmo mucho mayor que los nuevos que pueda crear y esto es una combinación tóxica para los países pobres, como es el caso del Perú. Ya que mientras Suiza, Finlandia o Suecia pueden debatir si aprobar o no la renta básica, un ingreso mínimo garantizado para todo ciudadano. El Perú no puede ni siquiera soñar en que el sistema privado de pensiones AFP, pueda ofrecer una pensión que llegue siquiera al salario mínimo a aquellos que han aportado toda su vida a su fondo de jubilación privado.
Por otro lado es posible conseguir un smartphone prepago capaz de conectarse a Internet a velocidades 3G/4G, Android Lollipop y con batería para durar un día entero por menos de $40. Sin embargo todo esto no nos vuelve competitivos, ya que la mayoría no tiene capacidad de gasto. La gran mayoría de peruanos no habla inglés (idioma en que se encuentra la información más actualizada) y dados los últimos resultados de las pruebas PISA, incluso si la información que necesitan está en español, hay una gran mayoría que no comprende lo que lee. Por lo tanto serán muchos los peruanos que serán incapaces de aprender algo nuevo por ellos mismos, incluso si la información está literalmente al alcance de su mano.
Es un mundo realmente paradójico, dónde las personas que expresamos nuestra opinión y la sustentamos somos criticados por ser pesimistas o incluso peor, por traer malos augurios. Cómo si señalar errores fuera sinónimo de profetizar desastres. Y si nos vamos fuera del país, somos criticados por carecer de amor patrio y no "sudar la camiseta". Cuándo el la Biblia, considerada por la gran mayoría de peruanos como "la palabra de Dios" dice: "Porque el Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido." (Proverbios 3:12). Imaginen, si la gran mayoría que afirma ser creyente, no sabe ni lo que cree. Menos entenderán la realidad de un mundo que ha cambiado más en 50 años, que toda la humanidad en 2000.