Películas como Wall Street o Others People’s Money, plantean la cuestion de que es más importante el dinero o lo correcto y como para muchas personas si hacer que lo correcto sea igual a tener mucho dinero, la disyuntiva moral desaparece. Para que este asunto llegue a proporciones de éxitos de taquilla quiere decir que estamos en una sociedad en la cual todo y todos tienen un precio, la cuestion es solo saber cual es.
Nuestras sociedades occidentales se ven a si mismas como sociedades democráticas, donde es el pueblo quien decide quien debe gobernar a través de procesos electorales más o menos limpios llevados a cabo frecuentemente, pero más alla de los formal y lo reconocido publicamente, en lo más profundo de todo miembro de estas sociedades libres, hay un despota esperando su oportunidad de emerger.
El día de hoy en su sección diaria en "La Carta de la Bolsa", Santiago Niño Becerra, nos presenta "La Carta de alguien", que es una carta que ha recibido de un amigo, que este recibió de un asistente a una conferencia dada por SNB en Cangas de Onís, el mes pasado. Podríamos decir que intencionalmente Niño Becerra prefiere matener al autor de la misma en el anonimato, pero reproduce su mensaje, pues en pocas lineas nos presenta la verdadera injusta naturaleza de nuestra sociedad, el problema no está afuera, está en cada uno de nosotros que hemos convertido el dinero en un valor y la existencia humana en mercadería.
Aquí reproduzco la carta que invito que todos lean:
La cuestión es que el capitalismo no es ya sólo un modelo económico, sino un modelo “cultural”, profundamente implantado en nuestra sociedad. El trabajador medio tiene como aspiraciones el coche, la hipoteca, la tele y la semana en la playa. Su concepto de triunfar en la vida es tener un coche más potente, una hipoteca más grande, una tele de más pulgadas, y poder irse una semana más a la playa (o bien poderse gastar algo más en la de siempre). Resulta que el empresario tiene estas mismas aspiraciones, aunque algo más abultadas; la diferencia es cuantitativa, no cualitativa. Si sacas al empleado de su papel como trabajador y lo colocas en el de empresario, reproducirá a la perfección el rol que se le presupone a éste.
Básicamente, no (sólo) estamos ante un problema de clases (nosotros, los explotados, los buenos, contra ellos, los explotadores, los malos). Es un problema más profundo, a nivel cultural. Todos estamos metidos en la misma dinámica (la aceptamos pacíficamente, sin resistencia), con la salvedad de que algunos pocos consiguen estar más arriba y la mayoría se queda en los niveles de abajo (aunque siempre con esperanzas de ascender). Es todo relativo, una cuestión de donde te sitúes en la escala. Conozco a más de un sufrido trabajador explotado que cuando ejerce de explotador (por ejemplo, sobre la inmigrante que le limpia la casa) lo hace que da gusto. ¿Acaso no somos también explotadores los de la “working class” cuando compramos cada día productos baratos producidos en régimen de explotación en países subdesarrollados? Nos da igual.
¿Este modelo económico-cultural nos ha sido implantado a la fuerza, como sostienen algunos? ¿O bien ha triunfado porque responde a las aspiraciones esenciales de la gran mayoría de la gente, como dicen otros? Vaya usted a saber. La cuestión es que, sea por lo que sea, de momento no se ha alcanzado la masa crítica necesaria para cambiarlo… Ni siquiera con una crisis global.
Íbamos a reformar el capitalismo, y al final ha sido el capitalismo quien nos ha reformado a nosotros. “Las circunstancias nos han obligado a tomar estas medidas”, dice Zapatero en el peor momento de su carrera política, en el día en el que las circunstancias le derrotan, en el funeral de su discurso. “La crisis no la pagarán los más débiles”, repetía hasta hace nada el presidente. Y ahora la crisis la pagarán los de siempre: pensionistas, dependientes, madres, funcionarios y, por supuesto, ese 20% de parados.
El poder político ya no tiene mucho que decir. Hay otros soberanos, los mercados, que son ahora los que imponen sus reglas. El problema aquí ya no es la crisis, ni la congelación de las pensiones, ni el recorte del 5% en el salario de los funcionarios. El problema es que la democracia ha hecho aguas. El capitalismo feroz y salvaje le ha dado la estocada de gracia. Se acabó el poder del pueblo. La soberanía popular ya no existe. Ahora ya no gobierna el presidente del gobierno, ahora gobierna el capital, sin careta ni nada. Bailamos al son de las coplas de los inversores. Además, la victoria es doble, porque también han conseguido dividirnos a los trabajadores y que nos peleemos entre nosotros: funcionarios, asalariados y autónomos, todos cargamos los unos contra los otros. El nuevo orden mundial ha comenzado. Que Dios reparta suerte.